2 Escucha mi súplica por tu ayuda, mi Rey y mi Dios, porque a ti oro.
3 Por favor, Señor, escucha lo que vengo a decirte en las horas de la mañana. Cada mañana traigo a ti mis peticiones y espero tu respuesta.
4 Porque tú no eres un Dios que se deleita en la maldad, y contigo el mal no tiene cabida.
5 Los orgullosos no pueden venir ante tu presencia. Tú odias a todos los que hacen el mal.
6 Tú destruirás a los mentirosos. El Señor aborrece a los sanguinarios y engañadores.
7 Pero por la grandeza de tu amor fiel, puedo venir a tu casa, y maravillado de ti me postro en tu Santo Templo.
8 Guíame, Señor, tú que siempre haces lo recto, y sálvame de mis enemigos. Muéstrame con claridad tu camino.
9 No se puede confiar en nada de lo que ellos dicen, pues su deseo es destruir. Su garganta es como una tumba abierta, y sus lenguas están llenas de adulación.